Jacobo, hijo de María y José (Mateo 13:55; Marcos 6:3), no fue uno de los doce apóstoles (Mateo 10:2-4), ni fue al principio creyente en su hermano Jesús (Juan 7:5).
Pero después de la resurrección llegó a creer, probablemente mediante alguna manifestación especial del Señor resucitado. (Cristo se manifestó a los quinientos, y "después apareció a Jacobo" [1 Corintios 15:7].) Recibió el título de apóstol (Gálatas 1:19), fue uno de los dirigentes en la iglesia de Jerusalén (Gálatas 2:9; Hechos 15), y, junto con los ancianos, recibió a Pablo cuando éste regresó de su tercer viaje misionero (Hechos 21:18). Es el autor de la epístola de Santiago.
Hay quienes infieren que era casado (1 Corintios 9: 5). "El justo" llamaban los antiguos a Jacobo por sus sobresalientes virtudes.
Según la tradición murió apedreado por los líderes religiosos.