Publicado por: Iglesia Samaria
Necesitamos la Palabra de Dios en nuestra vida
Aparentar una espiritualidad y no estar en realidad si quiera en el segundo nivel de fe, quiere decir que se vive en una religiosidad
muy peligrosa.
Dios no levanta ministerios individuales, sino que los ministerios los da el Señor para trabajar en el cuerpo.
La humildad es necesaria para ejercer cualquier cargo, por pequeño que sea. Si no aprendemos de Jesús la humildad que Él tenía,
no seremos espirituales reales.
Humillarnos por dentro (sacando lo inmundo) entonces repercutirá en las cosas externas.
En el cielo no hay nada revuelto,
todo está ordenado según el mandato de su Palabra. Quien no busca el
reino de los cielos le dará
igual se hay uno, dos o tres o
más cielos, igualmente no se esforzará en la humildad, e incluso puede
que caiga de la salvación.
Los que se preocupan en alcanzar la humildad, tienen más facturas pagadas que aquellos que cuestionan o menosprecian la
Palabra del Pastor.
Con el Espíritu Santo hay que cumplir al cien por cien, para que su comunión sea perfecta. Al cien por cien quiere decir que
celan con pasión todo lo que proviene de Dios.
Leyendo libros de espiritualidad
no se alcanza la humildad. Mi cuerpo se mueve por órdenes divinas no por
conocimiento natural. Si
cometemos errores, en cuanto a hablar o hacer las cosas separados del Guía o Sacerdote, seremos apartados y desaprobados por
Dios.
En la carrera, cuando conducimos
un vehículo, dependiendo del tipo de falta que cometamos, así será
nuestra multa o castigo. Igual
en el camino cristiano, dependemos de nuestro padecer así será nuestra recompensa.
Nuestro examen es continuo, una
prueba no define nuestra espiritualidad, ni nuestra humildad, en
realidad estamos siendo probados
de forma continua.
Los niveles en los cielos se miden según nuestra estatura de amor espiritual.
En la madurez no podemos precipitarnos y creer que todo es dar órdenes estudiar. La Santidad no es para los que están en el
tercer reino hacia arriba, en realidad desde que nos convertimos debemos buscar la Santidad con ansia. Los que quieren imponer
su “espiritualidad” a base de imposiciones de legalismos, eso es más carnal que incluso los que no tienen a Cristo.
Una persona que quiere colaborar a nivel ministerial, debe practicar la humildad verdadera, desde la obediencia.
Saltarse los órdenes establecidos por Dios, puede resultar en una ruina para la casa entera de los que lo practican.
Si no hay una disciplina de vocación, que rebosa en toda la manera de vivir, no seremos aptos para reinar con Él.
Para que la herida que tengo se
me sane, no debo tocarla. Las heridas que tenemos en el alma, son
vendadas por el pastor, pero si
no las cuidamos y no las tocamos,
no sanan. La crítica y la murmuración destapan las vendas y hacen que
la infección se vuelva a
reproducir rápidamente. La infección es la maldición y sin sacarla, Dios no puede moldearnos.
Salmo 109:16
Por cuanto no se acordó de hacer misericordia,
Y persiguió al hombre afligido y menesteroso,
Al quebrantado de corazón, para darle muerte.
Muchos han amado más la maldición que la vida, esto quiere decir que todo lo que tocan les sale mal. La maldición es una
cobertura de gusanos que no puede desaparecer a menos que nos dejemos limpiar por la palabra.
Gálatas 3:10
Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no
permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.
Todos los que dependen de las
obras de lo natural y no de las cosas de arriba están bajo maldición. El
mismo orden que Dios tiene
en los reinos, Dios lo demanda
en nuestra vida. Para llegar al paraíso, el precio lo pagó Jesús, pero
para llegar al primer reino,
segundo, tercero, lo tengo que pagar yo con mi vida.
Dios lo ordena todo desde su perfección. El precio que Él pone, es que circuncidemos nuestro corazón y saquemos toda
inmundicia. Hay cuatro precios a
pagar: el Paraíso, pagado por Cristo y los demás por cada uno de
aquellos que se lo propone con
firmeza.
Dentro llevamos la primera generación de Adán y por ello nos atrae tanto el salirnos de la disciplina de Dios.
Ahora en el nuevo Adán (Cristo) todo empieza a estar en orden conforme a lo que yo controle el pecado que sale de mi boca. El
cielo hay que empezar a gozarlo
aquí en este tiempo. Mirando las llagas de Cristo, entenderemos el
orden y la gloria que hay en los
cielos.
Dios se manifiesta cuando ve un verdadero anhelo, desde el corazón que se ha limpiado.
Por conocer y entender todos
los misterios, ser personas de oración y ayuno, contemplando cara a cara
las escrituras pero sin el
amor reinando dentro, no le conoce.
La boca del justo (Cristo) estaba llena de toda buena dádiva, y ahora todos los que andan en justicia serán colmados con la
revelación del hombre manso y
humilde. La ley no es de fe. Nosotros debemos fijarnos en Jesús quien
abolió la ley. En el monte de
la transfiguración, Moisés
apareció en segundo lugar y la voz del Padre dijo “este es mi hijo
amado, a Él oíd” Moisés quedó en un
segundo plano. Los religiosos quieren poner a Moisés en el primer lugar y esto ofende a Dios.
Lo más bajo de un creyente es ser desagradecido, ante la bondad de Dios, los agradecidos permanecen con la comunión, con
el respeto a la Palabra, etc.
La única respuesta válida al desagradecimiento es abandonar el orgullo y
ser humildes de corazón. La
lucha de los pastores verdaderos es que los miembros gocen de privilegios allí en Gloria, para esto primero tenemos que sacar
hasta la maldición más escondida que pueda haber.
Mi vida lo vale todo pero por una murmuración puede tirarlo todo a la basura. Vivir para estar en el Paraíso no necesitas tener
proyectos o planes de futuro. Es puro conformismo y falta de anhelos por las recompensas del cielo.
La fe, las ganas de vivir,
deben contrarrestar toda depresión. La fe me hace tener privilegios que a
los ojos de los demás parecen
inapreciables pero a mí me ayuda a crecer.